lunes, 1 de noviembre de 2010

DÍA DE DIFUNTOS EN LICTO


Dos de noviembre. Día de difuntos. El mercado de la muerte goza de buena salud. Una multitud multicolor se congrega en el cementerio de Licto, humilde y arrumbado, clavado en un hondón tutelado por las alturas verdeantes de la Cordillera.

Los indígenas lloran en quichua e invocan a sus muertos mientras comen y beben con ellos, postrados como sombras menudas en torno a montículos terrosos que hacen la función de tumbas.

Suena una música de vientos triste y monótona, desafinada, delante de una fosa, como convocando al difunto que la habita a un baile siniestro en su honor. Un muerto recién muerto tiene sed. Se la sacian rociándole con aguardiente del país.

Nunca había visto a la muerte vestida de domingo.


DÍA DE DIFUNTOS EN LICTO
                            Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
                                                   Cesare Pavese

Un nombre y una cruz. Tierra desnuda.
Almuerza alrededor toda la indiada
como invitando al muerto a la fritada.
¿Quién vivo y quién difunto? Esa es la duda.

Una música llora. Acaso acuda
acompasado un muerto a la llamada.
Ponchos y sombreritos la celada,
mundana invitación que no se muda.

La muerte en estos pagos tiene ojos,
anfitriona mortal en este día.
Una indiecita reza y cae de hinojos.

Llueve otra vez. La vida está vacía.
Llueve sobre la vida y sus despojos.
Llueve. Desafinada melodía.




Pedro Atienza, tomado de "Funambulismos Ecuatorianos",

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