lunes, 20 de septiembre de 2010

CALLE ECHEGARAY


Manuel Machado dejó escrito que la calle de Echegaray venía a ser una especie de extensión flamenca de Sevilla en Madrid; y pasados o andados los años de calle, puede considerarse como cierta tal aseveración. Además, ya se sabe que en Madrid existe todo tipo de extensiones, hasta de las menos extendidas. Echegaray, antigua sede del puterío capitalista de retal, conserva todavía un espíritu jondo que se materializa en las disertaciones táuricas del crítico Laverón, en el complaciente trasiego de finos sanluqueños de La Venencia o en las paredes estampadas de Los Gabrieles, colmao remozado donde hicieron voz, y seguramente otras cosas peores, cantaores tan insignes como Antonio Chacón y Juan Mojama.

Espacio de estrecheces
Es, además, la calle de Echegaray un espacio de estrecheces, categoría ésta que instantáneamente la eleva hasta el firmamento flamenco. Allí, en tan pocos y tan bien repartidos metros cuadrados, puede el paseante darse de bruces, a poco cegatón que sea, con un torero tremendista, con una maruja embatada, con un descuidero acechante, con una guiri doncella, con un crápula de aspecto patibulario o con un cura curda.
Faunas, al cabo, que caben de corrido en una opereta flamenca de antaño. Pero también puede el paseante o similar considerar otras opciones acaso más serias y digestivas, como, por ejemplo, la de meterse entre pecho y espalda una suculenta fábada en El Garabatu, o la de desarrollar su itinerante paladar en un restaurante japonés que queda un poco más allá, a mano izquierda, según se mire.
Se demuestra, pues, que ese aleve aserto que proclama que los flamencos no comen es pura filfa. Más pequeños son los pájaros y van al río, como diría alguno de ellos.

Una calle flamenca
Lo dicho: que hasta en sus costumbres (las calles también las tienen) es Echegaray una calle no tanto sevillana como flamenca. Sus horarios de ebullición se rigen por el latir acompasado de los corazones jondos, que suelen ser órganos sujetos a las altas horas, ya sean éstas de mañana o de noche.
El paseante o similar puede comprobarlo dándose un garbeo. Si sigue los dictados flamencos de su corazón, se meterá en el vórtice de un tumulto experto en coperío y onomatopeyas; si lo hace a deshoras, penará su soledad entre muros desconchados y cierres corridos con la letanía sonora y remota de unas bulerías de Camarón o de El Sordera.
Los paseantes o similares resablados sabrán a qué atenerse. Es su problema. De cualquier modo, hemos de añadir, para los necesitados de recibir consejo espiritual, que no hay color entre el esplendor nocturno, una miaja acanallado, y la hora de la siesta. Pregúntele si no al ¡otero de la rue.
Así es Echegaray a pesar de Echegaray, que fue varón experto en libros talonario, pero no lo fue tanto en metafisicajonda, que no deja de ser la, a veces dulce, a veces amarga, metafisica de la mismísima vida.

(Tomado de sección: Oficio de Paseantes, Diario el País, 22 de enero de 1990)

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